domingo, 3 de abril de 2011

¿Para qué hemos nacido y vivimos?

Hemos nacido y vivimos para colaborar en la culminación de la inacabada obra de la Creación: así nos lo nos han apuntado aplicados y pacientes estudiosos de la Realidad, con el inolvidable sacerdote jesuita Teilhard de Chardin (1881-1955) como uno de los más destacados: desde la humildad y generosidad de un apasionado amante de la verdad, Teilhard, sabio de nuestro tiempo, rompió estrechos horizontes académicos formulando conclusiones comprensibles y comprometedoras para otros sabios y, también, para la inmensa mayoría de los legos. Deseoso de que ello significara el dejar atrás la “Era Neolítica” de un pensamiento esclavizado por lo cómodo e insubstancial, escribió en Nueva York un mes antes de morir (marzo 1955):
“Por toda la Tierra, hoy en día, en la atmósfera espiritual creada por la idea de la Evolución, se está desarrollando una situación de extrema sensibilidad hacia dos componentes esenciales de lo Ultra-Humano: el amor de Dios y la fe en el Mundo. Son dos componentes esenciales que “flotan en el aire” de cualquier rincón del mundo; por regla general, todavía son apenas perceptibles y rara vez se dan juntos en un mismo sujeto, aunque en mí, por pura suerte (temperamento, formación, medio familiar y social...) ya se ha producido una espontánea y equilibrada fusión de uno y otro, muy débil para salir al exterior, pero suficiente para mostrar que, un día u otro, es posible su explosión con una subsiguiente reacción en cadena. Ello prueba que, para la Verdad, basta que esa conjunción del amor de Dios y la fe en el Mundo tenga lugar en un solo espíritu para que, en el momento dado, nada pueda evitar que todo lo invada y todo lo inflame”
¿No es ello una elocuente muestra de que el nacimiento y vida de todos y cada uno de nosotros deben y pueden significar precisos eslabones en la cadena hacia el progreso en todos los órdenes?

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